Obregon & Valenzuela
En 1944 los arquitectos José María Obregón Rocha y Pablo de Valenzuela y Vega, formados en el Department of Architecture - The Catholic University of America, fundaron la firma Obregón & Valenzuela arquitectos. Un par de años más tarde se asociaron con su compañero de estudios y ahora arquitecto Rafael Obregón González del Corral, con quien posteriormente constituyen la firma Obregón, Valenzuela & Cia. Ltda. Arquitectos-Ingeniero (1952). Durante la década del sesenta, después de la muerte de Pablo, la firma creció tras la venta de acciones a sus colaboradores más importantes.
En 1950 Carlos Martínez dedicó el número 36 de la revista PROA a la obra temprana de Obregón & Valenzuela (OV). Allí afirmó que, a pesar del corto tiempo de funcionamiento, la firma había alcanzado un nivel extraordinario gracias a la pureza de sus diseños y una alegre y atractiva diafanidad. Sus socios eran considerados por él, arquitectos cuya bien orientada sensibilidad estética, dominio de la técnica e intuición sensible les habían permitido concebir proyectos impecablemente ordenados, de ejecución intachable y equilibrio formal.
El equipo
Durante las décadas de 1950 y 1960 se incorporaron al taller de trabajo el arquitecto Hernando Tapia Azuero, los estudiantes de arquitectura Manuel Forero Delgadillo y Edgar Bueno Tafur, el constructor Vicente Hernández Ramírez y el dibujante “flaco Medina”; adicionalmente contaron con la asesoría externa de los ingenieros Guillermo González Zuleta y Doménico Parma, el jardinero Jorge Ryôjo Hoshino y la colaboración eventual de los dibujantes como Jorge Toscano Canal y Mario Ricaurte.
Con este equipo de profesionales OV realizaron interventorías, asesorías y estudios urbanos, de igual manera, participaron en múltiples concursos y ejecutaron obras privadas y públicas, bien sea de manera particular o asociados con firmas como Pizano-Pradilla-Caro, Cuellar-Serrano-Gómez y Ricaurte-Carrizosa-Prieto en Bogotá, Vélez-Villegas en Manizales, con el arquitecto Gabriel Solano en Ibagué y el ingeniero Alfonso Mejía Navarro en Barranquilla y Cartagena.
El equipo
Esta prolija producción fue posible, entre otras cosas, por la conformación de un equipo humano diverso, forjado bajo condiciones de vida distintas, que hicieron invaluables aportes a la definición de una arquitectura para la vida íntima, pública y colectiva acorde a su época y su entorno. Pablo de Valenzuela, arquitecto, deportista y club man; Rafael Obregón G., arquitecto, urbanista, deportista de alto riesgo, constructor de barcos y hombre público y diletante; José María Obregón H., arquitecto, acuarelista, pescador, hombre introvertido y determinado; y Hernando Tapia A., arquitecto, dibujante, hombre adusto y de convicciones.
¿Qué habría pasado con las innovadoras ideas de Rafael, sin la disciplina de José María, el rigor en el detalle constructivo de Hernando y las conexiones sociales de Pablo?, ¿Qué habría proyectado OV, si Pablo no hubiese conseguido los clientes, si Pepe no hubiera escuchado sus necesidades, o si Rafa no hubiera sido irreverente con ellos?, ¿Qué habría construido la firma sin el buen gusto de los primos Obregón, o sin la preocupación permanente por la proporción que tenía Tapia?
Estas son sólo algunas de las múltiples preguntas que surgen ante la posibilidad de que alguno de los miembros de la firma no hubiese hecho parte del equipo de trabajo; fueron sus particularidades, su presencia y la colaboración de los mejores ingenieros, paisajistas, carpinteros, constructores y otras firmas de arquitectos, lo que hizo posible la construcción de proyectos urbano-arquitectónicas de las más altas calidades.
El equipo
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El equipo
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El taller
Durante los años cincuenta y sesenta los encargos recibidos por OV fueron gestados bajo la metodología de taller. Allí, una vez se identificaban y debatían las condiciones del problema y se planteaban alternativas de solución, el director (por lo general uno de los socios fundadores) coordinaba el desarrollo de las tareas, que eran sometidas semanalmente a la retroalimentación propia del taller. Esta modalidad de diseño colectivo, excepcional en las firmas colombianas de la época, aunque generó algunas dificultades propias de la búsqueda del consenso, enriqueció las soluciones propuestas y dio consistencia a las obras de este periodo.
El desarrollo del taller era acompañado con la revisión de publicaciones seriadas como Arts & Architectura, Forum, Interiors, L’Architecture D’aujourd’Hui, Progresive Architecture, Renchiku Bunka, Techniques et Architecture y The Japan Architect, en las que aparecían reseñadas, con regularidad, obras de arquitectos como Mies van der Rohe, Le Corbusier, Richard Neutra y Marcel Breuer, entre otros. La revisión de proyectos paradigmáticos, la transformación y mestizaje de tipologías locales y foráneas y la definición de las reglas sintácticas de su arquitectura, tiene lugar en el escenario del taller.
Este procedimiento dio a las obras de OV consistencia y coherencia en el tiempo (1950-1960), sin importar si la coordinación del proyecto estaba a cargo de Rafael, José María o Hernando, o si la construcción era realizada por Vicente Hernández, Pizano-Pradilla-Caro o por Ricaurte-Carrizosa-Prieto. Probablemente, de manera inconsciente e intuitiva emplearon la metodología de taller para hallar, en la diferencia, una única idea que satisficiera los distintos puntos de vista; esta elección, que los obligó a liberarse de los manierismos propios de la visión personal, los condujo hacia la identificación de unas reglas universales que, como lo recuerda Tapia, hicieron más fácil y eficiente el diseño de numerosos encargos.
El taller
Obra O&V
Entre 1949 y 1969 hicieron cerca de 125 casas unifamiliares y residencias de lujo, gran parte de ellas construidas durante la primera década. Simultáneamente concibieron 106 edificios y 13 conjuntos urbanos, destinados a vivienda multifamiliar, actividad institucional, comercial y de oficinas, centros culturales y educativos, complejos recreacionales y deportivos, hoteles, clubes, industrias, hospitales y edificaciones religiosas, cuya construcción se incrementó durante la segunda década.
Gran parte de sus clientes eran instituciones estatales, bancarias, comerciales y educativas y personas naturales pertenecientes a familias adineradas del país; con frecuencia, amigos o familiares de los socios fundadores. Desde mediados de los años cincuenta OV participó activamente en concursos privados, entre los que se destacan el Club Campestre de Ibagué (1954), el Club Rialto de Pereira (1954), la Escuela Naval de Cadetes de Cartagena (1956), el Country Club de Bogotá (1956), el Hotel Caribe en Cartagena (1958), el Club Manizales (1959), el Hotel Casino Americano en Cartagena (1959), el Conjunto habitacional, comercial y recreacional Seguros Bolívar en Cartagena (1963), el Club social en Armenia (1968), y cerca de nueve edificios de oficinas, un complejo deportivo y una hidroeléctrica.